"El orden reina en Varsovia", anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.
"¡El orden reina en Berlín!", proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales de las "tropas victoriosas" a las que la chusma pequeñoburguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus ¡hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victoria sobre... los 300 "espartaquistas" del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía., en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? "Espartaco" se llama el enemigo y Berlín el lugar donde nuestros oficiales entienden que han de vencer. Noske, el "obrero", se llama el general que sabe organizar victorias allí donde Ludendorff ha fracasado.
¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el "orden" en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la "juventud dorada", de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con caídos!
"¡El orden reina en Varsovia!", "¡El orden reina en París!", "¡El orden reina en Berlín!", esto es lo que proclaman los guardianes del "orden" cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos "vencedores" no se percatan de que un "orden" que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última "Semana de Espartaco" en Berlín, qué hatraído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las tumbas abiertas, por encima de las "victorias" y de las "derrotas". La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos.
¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de la revolución alemana.
El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin estar apenas tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente asilado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg- están con cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas- en su estadio inicial.
De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un "error" la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una "ofensiva " intencionada, de lo que se llama un "putsch". Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los "estrategas". Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución.
Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vió obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional sufriesen grandes pérdidas.
Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la "calle".
Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés- que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.
Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños "revolucionarios" al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo- entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la situación. "¡Abajo Ebert-Scheidemann!", es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a su mas extremas consecuencias.
De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de "guerra" -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de "derrotas"!
¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias- está sembrado de grandes derrotas.
Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas "derrotas", de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.
Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras "victorias" parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.
¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?
Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir.
¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?
¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masa berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio.
La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta "derrota" una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta "derrota" florecerá la victoria futura.
"¡El orden reina en Berlín!", ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya "se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto" y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:
¡Fui, soy y seré!
Rosa Luxemburgo
El papel de la mujer en la revolución
Comenzaremos preguntándonos a qué nos referimos cuando decimos “el papel de la mujer en la revolución”, de qué mujer hablamos puesto que “mujer” como toda categoría resulta ambigua y hasta contraproducente si tratamos de vincular “mujer” con esta otra palabra “revolución”; ¿a qué mujer nos referimos entonces?, ¿a una "mujer blanca", a una "que vive en silla de ruedas", a una "joven" o a una "morena", a una "que tiene hijos" o a una "que vive en la ciudad", a una "indígena" o a una "de pelo largo"? y más importante aún, ¿nos referimos a una mujer proletaria o a una mujer burguesa?
Una mirada superficial al asunto basta para hacer evidente que discutimos respecto a “las mujeres” y no respecto a “la mujer”, pero ¿por qué se vuelve necesario hablar de mujeres y no de mujer?, ¿por qué resulta importantísimo saber si trabaja o vive del trabajo de las otras y los otros? La pregunta parece un tanto necia, pero si preguntáramos por “el papel del hombre en la revolución”, lo absurdo del uso de la categoría “hombre” en el enunciado, resultaría enseguida claro puesto que se asume que respecto a la revolución, no hablamos de “el hombre” sino de “los hombres” porque los hombres o hacen la revolución o están en contra de ella.
En lo cotidiano, e incluso en los ámbitos académicos, no es casual que hagamos uso de “mujer” y no de “mujeres”, puesto que homogeneizar en lo abstracto es mucho más fácil que atrevernos no sólo a ver la diversidad que hay entre las distintas mujeres particulares, sino entre las construcciones alrededor de lo que “ser mujer” implica, puesto que estas construcciones están social e históricamente determinadas en espacios y contextos específicos; más aún, decir “mujer” en general, es desviar la mirada frente a una realidad que atraviesa no sólo las relaciones de género en la sociedad, sino todas las demás relaciones sociales, nos referimos a aquella relación social que da sentido al capitalismo, hoy formación social hegemónica del mundo, la relación social capital: “el capital”. Relación social que es condición para la existencia y mantenimiento del orden de cosas que impera actualmente y que de manera necesaria genera la realidad de la lucha de clases, la realidad de la existencia objetiva de proletarias y de burguesas.
Esa relación social llamada “capital”, nos obliga a mirar que hay “mujeres” y no una “mujer” ahistórica, esencial, dada por naturaleza o peor aún, dada por convención abiertamente perniciosa para el conjunto de "las mujeres", naturalizando una categoría que en sí misma contiene un mundo de opresión, mediante una operación falaz en el discurso social para así dar por sentado que una asignación enteramente producto de las circunstancias, basada en el “sexo”, es eterna y la única. Podríamos comprender esta actitud en cualquiera de los defensores del mundo de hoy, y con ello, del mundo de la sociedad de clases; pero nosotros, con la urgencia que nos mueve a criticar para pensar distinto un hacer distinto y a hacerlo, no podemos dejar de hablar sobre las mujeres en términos de intereses de clase y de lucha de clases.
Sin embargo, hablar de mujeres, que no de “mujer”, y de hombres es distinto, puesto que existe un sistema que asigna roles distintos a mujeres y hombres, basado en lo que superficialmente la sociedad en general, pasando por el hospital y el registro civil, designan como varón o como hembra. Y aquí solo valga lo siguiente: que ni genital, gonadal, cromosomal u hormonalmente podemos decir que un ser humano es sólo “macho” o “hembra” ya que la propia ciencia burguesa, aunque el discurso oficial no lo certifique[1], a reconocido que existen al menos 5 programas sexuales distintos, programas que a la fuerza se hacen coincidir con los extremos de este continuo: macho y hembra. Lo que de principio deja sin fundamento la estrechez no sólo de esta sociedad, sino de todas las sociedades de clase que han necesitado del plural más simple para poder explotar y oprimir: el plural binario, hombre-mujer, explotadores-explotados.
Y en fin, que a pesar de lo ridículo del sistema “sexo-género”, puesto que tanto género como sexo, son artificiales a más no poder, el peso diferenciado que se construye en términos no sólo simbólicos, sino políticos y económicos es evidente en la situación actual; aún hoy se les paga menos a las mujeres que a los hombres por la misma explotación, aún hoy se exige lo mismo para hombres y mujeres pero no se deslinda a las mujeres de la carga que representa el cuidado de los hijos, el mantenimiento del orden doméstico, etcétera, aumentando así la carga de trabajo sobre éstas, que independientemente y con muchísima anterioridad a que la sociedad de clases, hoy el capitalismo, les reconociera su trabajo, trabajaron y trabajan.
Por otro lado, y de manera consustancial a toda sociedad de clases, la apropiación del excedente social, el plustrabajo, por cualquier clase explotadora en la historia, se ha basado en la apropiación de los cuerpos de las mujeres, control de cuerpos que asegura el control de la más básica de las fuerzas productivas: la fuerza humana de trabajo.
Esta apropiación sobre los cuerpos de las mujeres, basada en el principio de la herencia y en la práctica del matrimonio, el heterosexismo, etcétera, tiene también una superestructura ideológica, un orden simbólico que siempre ha asociado todo lo bueno y lo positivo a “lo masculino” y todo lo malo y negativo a “lo femenino”. Y sí, aún hoy esta superestructura opera y determina muchos de los comportamientos no sólo entre burgueses y burguesas, sino incluso entre proletarias y proletarios.
Sin embargo, esta característica, la opresión del conjunto de las mujeres, incluso de las que económicamente pertenecen a las clases explotadoras, hasta cierto punto necesaria en el devenir del desarrollo de las sociedades de clase, es hoy obsoleta, junto con muchas otras cosas, y sólo será abolida con la destrucción de la sociedad de clases, cuyo último representante es el capitalismo.
Llegamos aquí al punto en el que tocamos la palabra “revolución” y sin dejar de mencionar que también en las revoluciones burguesas, como en todas las revoluciones, las mujeres “del pueblo”, protoproletarias, tuvieron un papel de primer orden junto a sus compañeros, diremos que hablamos de esa otra revolución, la revolución que pondrá fin a la sociedad de clases, a la explotación y a la opresión, aquella que sólo puede ser a nivel internacional, producto de las masas explotadas, organizadas y conscientes de sus fines; hablamos de la revolución comunista.
Aquí, diremos, y sin menospreciar el peso de los parámetros diferenciados que respecto a mujeres y hombres está presente incluso en las organizaciones más claras de nuestra clase, que el papel de las mujeres es el mismo que el de los hombres: hacer la revolución o estar en contra de ella. Para esto quisiéramos mencionar el ejemplo de la Comuna de París, donde mujeres de ambos bandos, participaron en los hechos, las proletarias revolucionarias luchando por el triunfo de la Comuna y las mujeres burguesas, una vez derrotada ésta, haciendo pagar con una saña indecible, las aspiraciones gloriosas de las masas explotadas de París, incluidos hombres y mujeres.
Lo anterior nos confirma que la revolución en general, en particular ésta, la que nos toca realizar, no es una cuestión de género, de identidad étnica, de nacionalidad o de condición sexual, es una cuestión de clase, donde sólo hay dos papeles: las personas revolucionarias y las contrarrevolucionarias. Y concretando lo dicho en el caso de la mujer a la que esta mesa hace honor, diremos que Rosa Luxemburg, antes que una mujer, que una polaca, que una judía, que supuesta enemiga de Lenin, que muy o poco fea, que esto o que lo otro, era una REVOLUCIONARIA.
Para concluir y siguiendo los argumentos que hemos intentado desarrollar es claro que el papel de las mujeres explotadas está al lado de la clase obrera, la clase revolucionaria, y que su lucha es la misma que la del resto de la clase: abolir la opresión de género junto con todas las demás groseras opresiones que se basan en el principio de la explotación de unos y unas sobre otras y otros, mediante la insurrección que generará las condiciones para una sociedad nueva, donde no sólo habrá hombres nuevos, sino mujeres nuevas o incluso algo distinto, más allá de lo genital, allí donde las estrechas miras que la sociedad de clase nos obliga a tener, no nos permiten ver.
Como trabajadoras, nuestro papel es el de impulsar el desarrollo de la consciencia y de la unidad de nuestra clase, desarrollar las armas de la teoría y de la organización junto con nuestros compañeros, participando activamente en la lucha de clases mundial ya que como proletarias somos parte de una unidad, la de la clase trabajadora internacional; clase histórica que debe, como un todo, gestar su unidad más allá de las fronteras nacionales, raciales, religiosas y por supuesto, de género, si quiere triunfar en su cometido, la destrucción de la sociedad de clases, donde las exacerbaciones de género, de raza y demás, son potenciadas casi al infinito y de la que el capitalismo debe ser el último ejemplar; en pocas palabras, nuestro papel es trabajando todos juntos, como clase revolucionaria, porque una sociedad nueva exista, una sociedad sin explotación, sin opresiones de ningún género y por supuesto, sin la mujer y el hombre abstractos tan caros al capital[2].
A continuación quisiera hacer una breve cronología de la participación femenina antes, durante y después de la oleada revolucionaria de 1917-1923[3].
[1] Hablar sobre la derecha del capital: iglesia, sobre el pensamiento binario y sus posibles raíces histórico-materiales, etc.
[2] Hablar sobre las críticas de Marx al “hombre abstracto” y la propuesta de Emma Goldman sobre “la mujer nueva”.
[3] Basada en el texto: “Día Internacional de las Mujeres: sólo la sociedad comunista puede poner fin a la opresión de las mujeres” en Révolution International, febrero 2008.
1 comentario:
saludos, flora trista. es un honor poder dar con su blog. sus trabajos realizados para el debate socialista son muy buenos.
saludos y exitos.
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